Acabo de escribir doscientas páginas y, de repente, mis dedos se han bloqueado. No sé cómo continuar. Se abren en mi historia tantas posibilidades que no se me ocurre ninguna. Por hoy lo voy a dejar, porque me pongo cada vez más nervioso y eso no hace más que empeorar las cosas.
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Voy a ralentí. Escribo seis páginas, un párrafo, tres líneas... Esto se está convirtiendo en una pesadilla. Pero no lo voy a dejar, porque no me gusta parar a medias.
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¡Sí! Lo he conseguido. He escrito un capítulo entero después de una semana nefasta. Y lo he hecho ¡en veinte minutos! Después me he tomado un café y he seguido tecleando un rato. A mucho menor ritmo, pero algo he avanzado. La verdad es que no me falta mucho para terminar, pero últimamente me cuesta bastante, así que hoy estoy de buen humor.
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Nada, que no hay manera. Llevo tres días dándole vueltas a la misma frase. ¡Una frase de mierda! No creo que la historia se me alargue más de un par de capítulos, pero estoy desesperado.
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Anoche tampoco pude dormir. Son ya tres noches seguidas. Me muevo por mi casa como un zombie y me quedo traspuesto en el sofá, en la silla de la cocina, en la bañera... Me faltan aún los dos últimos capítulos y ya no sé que hacer.
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¡ME ESTOY VOLVIENDO LOCO! ¡Dos meses! ¡Dos putos meses para cuatro párrafos! Ayer desenchufé el ordenador para ver si se perdía toda la información. Es una gilipollez, lo sé, pero estaba desesperado. Menos mal que no se borró nada. Pero esto lo tengo que acabar. Como sea.
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¡¡¡POR FIN!!! ¡Lo he terminado! Esta mañana he terminado la historia. ¡Menudo final! Me he sorprendido a mi mismo. Ya sólo me falta corregirlo y enviarlo a mi editor.
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