Abro una puerta y miro al cielo.
Respiro. Siento el hielo de tu voz,
que tu ausencia es la coz en mis mejillas
desgastadas cual cerilla hecha carbón.
Porque tuve tu pasión y fue mi patria,
cada estatua fue cariátide del sol.
Fue un adiós bemol que sonó estrecho
y se clavó derecho en mi aguijón.
Y ahora soy canción oscura en mis pestañas,
con su inherente extraña extenuación.
Cada día en mi balcón te posas hueca,
cada día hago una mueca de dolor.
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