Supe estrecharme en tus brazos
cada domingo de invierno.
Y las pestañas derramadas por el salón
me acercaban a ti.
Ahora vuelvo a enfundarme el jersey
que con tus vocales tejiste,
y a florecerte con cada espina de mi cactus,
agujas de temer un desatino.
Siempre fuiste consuelo, aunque te hubiese olvidado.
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