jueves, 3 de septiembre de 2015

Los muertos no tienen prisa

Me tiemblan las manos mientras me acerco a él y no creo que consiga un buen encuadre, pero no dejo de caminar hacia la orilla.



Llevo dos meses aquí y creía haberme acostumbrado. Son muchas las imágenes horribles que guarda mi cámara. También muchas sonrisas. Ellos piensan que lo han conseguido. Pobres. Ahora comienza lo más difícil. Porque el enemigo aquí tiene amparo legal, burocracia en la que escudarse y medios, muchos medios para pararles.

Esta mañana han llegado unos supervivientes de una barca. Uno de ellos se ha derrumbado cerca de mí y me ha hecho ponerme alerta. Ahí ha pasado algo gordo de verdad. Tengo que acercarme.

Cuando he llegado han pasado al menos diez minutos hasta que he podido reaccionar. Qué extraña es esa quietud, esa calma, ese absoluto silencio. Tres añitos, me ha dicho un colega. Tan sencillo parar el reloj... Imagino su corta vida, ahora que las olas parecen llevarse su alma: siempre con miedo, sin saber lo que es la guerra, pero sufriéndola cada día. Conocer antes el sonido de un AK-47 que el de un pájaro. Creer que un hogar son un montón de cascotes. Tener la mirada alerta por instinto, sin comprender siquiera por qué...

Un niño a espaldas de los gobernantes. Un niño, como tantos otros, que sólo será un número. Un niño que ya no será un problema.

Al fin consigo mi foto. Me alejo un par de pasos y sólo pienso una cosa: los muertos no tienen prisa.


PARA AILAN.

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